Alfonso Losa, el minimalismo y el humo

Alfonso Losa, el minimalismo y el humo

Uno tiene la sensación de ir al espectáculo de Alfonso Losa a aprender. Es algo que rejuvenece, la sala parece repleta de discípulos que siguen los pasos de un maestro comprometido con el doble papel del que recuerda el canon, los códigos y la historia y -al mismo tiempo- muestra los caminos de la innovación. El público parece que lo has soñado. Gente que aúna belleza y conocimiento. El sitio en el que hay que estar.

Su último espectáculo: “Flamenco. Espacio creativo” ha recaudado aplausos unánimes en los festivales de Jerez, Sevilla y Madrid. Ya saben que son localizaciones que se disputan los honores de ser (o no ser) el centro del universo, el ombligo del flamenco. Aún así, se han puesto de acuerdo con Alfonso Losa.

Ya hemos dicho que el festival flamenco del Berlín es especial, un espacio para que los artistas se expresen; así que el bailaor ha bautizado su aparición con la palabra “Exento” que a uno le suena a un tema tan “viejuno” como librarse de la mili y que la real academia de la lengua define como: 1) Libre, desembarazado de algo. 2) No sometido a la jurisdicción ordinaria. Y 3) Aislado, independiente.

Lo primero que sorprende en la aparición del bailaor es la música. Sobre la guitarra de Antonio Sánchez el cante de José del Calli y Joni Reyes superponen sus voces en un ejercicio novedoso que parece heredado de los juegos vocales que ponía en marcha Enrique Morente.

No nos da tiempo a la nostalgia, el bailaor nos muestra las esencias de los grandes bailaores que han pisado tablaos y teatros de todo el mundo, uno piensa en El Guito y Manolete pero hay más cosas. La limpieza del taconeo se pone de manifiesto en la farruca, una creación en la que se acompaña de un bastón con el que va tejiendo una rítmica que luego desarrolla exclusivamente con los piés.

Cuenta Blanca del Rey que en un tablao se ve de verdad a los bailaores que no hay luces ni trucos escénicos para esconderse o para resaltar la espectacularidad de un momento. El escenario del Berlín es más bajo de lo que suelen ser las plataformas de los tablaos. Aún así nos las apañamos para seguir el ritmo de suelas y tacones que parecen multiplicarse en un sinfonía de tintes minimalistas en el que hace su aparición un elemento procedente del rock: el cañón de humo.

El recurso no funciona ni bien ni mal. Enseguida se disipa la niebla y vemos los tacones volar en episodios que podrían formar parte de esos ejercicios cuya dificultad puntúan los jueces de la gimnasia deportiva. Nos guardamos los dieces para quedarnos con la sensación artística y ahí tampoco lo podemos expresar con un número, solo rendirnos a sus pies.

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